MIEDO Y SOLIDARIDAD EN MEXICO. EL SHOCK DEL SISMO
XX INTERNATIONAL FORUM OF PSYCHOANALYSIS Florence,
Convitto della Calza - octubre 17-20, 2018
Guadalupe Sánchez E.
Seminario de Sociopsicoanálisis A.C.
México
“Tiembla la tierra y el inconsciente hace temblar las consciencias”
Psicoanalíticamente pisar
tierra firme simboliza la base sobre la cual nos apoyamos y apoyamos las
realidades concretas de nuestra existencia, condición indispensable para el
equilibrio físico y psicológico. Cuando tiembla la tierra, el miedo es el
mecanismo de la defensa de la supervivencia y la principal emoción que se
activa. Los daños y peligros se vuelven
de súbito reales.
El mayor impacto después
de un sismo es psicológico, que se vive dentro del cuerpo con manifestaciones
fisiológicas inmediatas. Un TERREMOTO
es un movimiento violento de la energía que proviene de la profundidad de la
Tierra, imposible de predecir. La violencia del choque emotivo (shock) experimentado
por una consciencia excesivamente intelectualizada, egocéntrica, que toma
contacto brutal con la madre tierra, que derrumba lo creado tanto material como
psicológicamente constituye un derrumbe de la realidad.
Como los niños pequeños, que evolutivamente viven miedos universales básicos a morir, a caer, al abandono, a la orfandad, a la oscuridad, a crecer; los ciudadanos están sujetos a la emoción reprimida del miedo a la soledad y el aislamiento, al abandono, a la enfermedad, al amor y al dolor, o miedos culturales aprendidos: al fracaso, al ridículo, a la pobreza, por no nombrar los imaginarios. La angustia mortal que se experimenta, el temor a la fragmentación, está incapacitada para expresarse en palabras, sólo de maneras indirectas. Ante la emergencia, los ciudadanos logran conectarse con sus sentimientos, con su corazón y no solo con su cabeza como venían haciéndolo. Los poderes del inconsciente y del inconsciente social, no son de un manejo fácil. Pero eso ya lo sabíamos. Sin embargo, cuando tiembla la tierra, el inconsciente hace temblar las consciencias.
El simbolismo de la fecha
En México se vivió en
septiembre de 2017, dos temblores. El primero, bastante fuerte, la noche del 7.
Los daños que causó los sufrió el México rural del sur, las comunidades pobres.
Y el segundo, tremendo, al mediodía del 19 de septiembre, en la misma fecha que
el terremoto del 19 de septiembre de 1985, una fecha mágico-traumática, que activa automáticamente la memoria del cuerpo.
Todas las clases sociales se vieron afectadas, pero sobre todo la ciudad México
y las poblaciones del estado de Morelos, Puebla y Oaxaca donde además de la
pérdida de vidas humanas, se perdieron casas habitaciones y oficinas, se
dañaron cantidad de monumentos e iglesias, conventos y zonas arqueológicas,
patrimonio cultural de la nación.
La víspera del temblor, se vivía en México un contexto de crisis económica, política, social y humanitaria, que podría considerarse una situación de trauma social por el clima de violencia e inseguridad caracterizada por el miedo justamente, a ser robadas, abusadas, asesinados, o desaparecidos. El cúmulo de miedo. La autora Joanne Bourke[i] concluye que el miedo es también un arma de dominación política y de control social. Son diversos los autores que denuncian el uso político del miedo como forma de control de la población, produciendo escenarios (no falsos) de inseguridad ciudadana.[ii]
Me gustaría ilustrar la presencia del miedo en el arte a través de un cuento de 1953, que resulta profético y vigente del escritor mexicano Juan Rulfo llamado El Día del Derrumbe donde describe su recuerdo de un temblor del año anterior acaecido también en un mes de septiembre: “Hasta vi cuando se derrumbaban las casas como si estuvieran echas de melcocha; nomás se retorcían así, haciendo muecas y se venían las paredes enteras contra el suelo. Y la gente salía de los escombros toda aterrorizada corriendo derecho a la iglesia dando de gritos” (El llano en llamas, 1953)
La gama de emociones que se derivan a partir de lo que describe Rulfo en este párrafo, remite a un cúmulo de pérdidas: el techo que cobija, con pertenencias y objetos significativos, documentos, animales, la muerte de seres queridos. Rulfo continua en este cuento con la conducta cínica de los funcionarios insensibles que acuden a la zona del derrumbe.
Más allá del apoyo psicológico individual, la crisis como un estado de desestructuración de la personalidad para las personas más directamente afectadas, producto del acontecimiento traumático del sismo, que nos imposibilita responder de la manera en que habitualmente lo hacemos, y que dura cuando menos unas seis semanas, demanda una ayuda psicológica de emergencia fuera del consultorio. Se organizó una serie de talleres de cuatro horas a tres grupos de 23 personas, empleados de dos instituciones públicas, en sus centros de trabajo, donde el objetivo primordial era reconectar los fragmentos, reconstruir su historia y dotar de significado los síntomas presentes, así como integrar los planos de lo personal, lo simbólico y lo social con el conocimiento del sí mismo y de los otros a través del siguiente proceso:
El taller inició, con el plano de lo personal, con las preguntas abiertas a los participantes ¿Cómo les fue? ¿Qué sintieron? ¿qué se desplomó? Se trataba de personas afectadas directamente por daños sustanciales en edificios, sus centros de trabajo. Los distinguimos de quienes fueron rescatados de entre los escombros, o perdieron su casa; o de aquellos que perdieron a seres queridos en cuyo caso estalla toda clase de certidumbre y desencadena otro tipo de duelo. Después anotaron en un papel ¿Qué significó para mí el temblor? ¿Cómo se conectaba el sismo con mi vida personal? ¿Qué surgía con el temblor? Y quienes así lo desearon lo compartieron en voz alta.
Pudimos observar que el
relato de sus vivencias comenzaban con el miedo hasta el extremo del pánico y con
lo que les pasaba en su cuerpo. Proseguían con la siguiente secuencia: dónde se
encontraban cuando tembló, qué sintieron, lo que pasó por su mente, cómo
reaccionaron, lo que hicieron y lo que vieron, presas de la angustia.
Describieron los principales temores: el miedo a morirse, o su familia, quienes
tenían hijos pensaban en ellos, antes que nada, miedo a perder
todo. “Me sentí perdida, como que no era yo,
crujía, se caían las cosas, los
plafones, el movimiento era violento, vi gente fuera de sí, el apocalipsis”. Al escucharse unos a otros lo
que sentían y cómo trataron de salvarse, les permitió en el grupo, conectar mejor
consigo mismos, e integrar los distintos planos de conciencia, sentirse menos
desorientados, menos raros, locos, aislados y solos.
Imaginen a los habitantes de una de las ciudades más grandes del mundo y la mitad de un país con sólo un lenguaje corporal: alteraciones inmediatas en su fisonomía, modificaciones faciales, agrandamiento de ojos, aplanamiento de labios, llanto y gritos, alteraciones en su química sanguínea, en el ritmo cardíaco acelerado, el corazón bombeando sangre a toda velocidad, aumento de la presión arterial, amenazado.
Con el desplome de las estructuras en el exterior, se desploman las internas, se movilizaban una gama de emociones ordinariamente controladas o reprimidas. El shock del sismo des reprime las emociones del adulto para manifestarse tal y como las manifiestan los niños. Como por ejemplo el caso del Sr. U que relató su experiencia sobre la intensidad de su angustia a pesar de no haber sufrido daño alguno, asociándola al hecho de haber estado en el vientre de su madre cuando el temblor del 85 y su casa se colapsó, comprendiendo ahora aquella ansiedad con la que vivía su madre durante su primer año de vida. O la Sra. Jo “cuando niña me perdí una vez y frente a una puerta me sentí huérfana”. Vimos que se presentaba una necesidad curiosa de volver a encontrar el camino, un camino para las emociones, pero la mayoría de los participantes no sabía cuál era, lo que incrementaba el miedo pensando que lo que sentían no desaparecería nunca. ¿cuándo se está listo para recoger los pedazos de la tragedia?
En el plano de lo social
los participantes hablaron del
malestar social, del contexto en el que el temblor ocurre, del hartazgo ante la
corrupción, la impunidad, la inseguridad, la criminalidad, los feminicidios, el
estado fallido, la indiferencia, el distanciamiento defensivo ante tanto dolor,
que ni la alerta de las protestas o la hiper conciencia de ciertos sectores de
la población, lograrían movilizar lo que el terremoto si pudo.
En el plano de lo simbólico
En las creencias de los participantes, encontramos la “Catástrofe Cósmica”, el anuncio del paso de un ciclo a otro, el fin de una época y el comienzo de otra. Cuando la fuerza todopoderosa de uno de los cuatro elementos simbólicos de la naturaleza (tierra, viento, agua y fuego) se manifiesta, se hace necesario poner mucha atención comentaron, porque se desencadena en cataclismo sin rumbo fijo. El elemento tierra simboliza a la madre, la fertilidad como germen de vida y alimento, principio femenino donde reposa la creación, la vida y la muerte, engendrador y exterminante. Representa al inconsciente con sus profundidades desconocidas que para Carl Jung corresponde a un quiebre que permite el paso de un estado de consciencia a otro pues restaura de la manera más brutal posible, las comunicaciones entre todas las regiones psíquicas para conducirnos a un estadio superior de conciencia.
Las
etapas psicoemocionales por las que se atravesó son: 1. el shock (pasmo,
confusión, desorientación, imposibilidad para dormir, ansiedad) 2. la
interrupción de la vida cotidiana 3. El rescate y la remoción de escombros 4. el
manejo del shock 5. La recuperación de la adversidad 6. La reconstrucción
(resolución, elaboración del duelo) La resolución del trauma consiste en enfrentar la
idea de la muerte y la catástrofe como un rito de paso a algo necesariamente
nuevo.
¿Cómo se maneja el shock cuando el miedo afecta los cuatro dominios de la resiliencia: físico, emocional, espiritual y mental? La coherencia y la auto regulación se ven notablemente afectadas. Después de la desorientación y el pasmo, se responde con movimiento y más movimiento, la necesidad de ayudar, de ser útil, como una forma de volver a organizarse mentalmente. La acción comunitaria, que es creativa e inventiva, espontanea, con acrecentada capacidad para dar y ganas de hacer lo correcto por nuestros semejantes, los damnificados, es en mi opinión, no porque “solo en la catástrofe nos unimos” como dice la frase cliché si no precisamente porque es una manera positiva de manejar el shock. Las emociones por si mismas son potentes moduladores de otras emociones (Buechler,S)
Lo que se desploma con
el terremoto además de las estructuras, según expresaron los participantes, es el
individualismo recalcitrante, la pasiva resignación, el aislamiento, el
egocentrismo, el desinterés, la apatía, la indiferencia, la intelectualización
y la frialdad de la comunicación cabeza-mente racional. En contraposición, la
construcción de cada acción se vuelve acción comunitaria, la fuerza ciudadana, una
sensación de que en colectivo se adquiere el poder de transformar la realidad como
en las cadenas humanas donde los materiales de salvamento pasaban de mano en
mano hasta llegar al punto de ayuda, en una organización autogestiva y de
interés hacia el otro, el aprecio por la vida y los sentimientos que les daba la
fortaleza para contra restar el miedo.
Sobre lo social
expresaron que se desplomaba también un régimen decadente que desprecia la vida
y valora la imagen, el dinero como único fin, o que la gente sea considerada
como cosas. Lo que se desploma es el engaño, el autoengaño y lo que surge es
una consciencia de lo positivo que realmente se puede hacer.
Con el temblor, la ciudad, guardó el silencio de la muerte y con éste la vida ordinaria se interrumpió, incluida toda la actividad económica. Todo pasó a un segundo término, incluido el “Yo” que se encontró por un período de tiempo, libre de deseos, por lo que puede alcanzar la virtud y la unidad con el todo, verdaderamente unificados.
Ante el miedo, la claridad, la protección y la solidaridad. “Tenemos que ayudar a la gente mamá” le dijo su hijo un niño de tres años. El llanto, la conexión, la interacción con el extraño, ayudar y abrazar a desconocidos, sacarlos de las ruinas, abrir las casas y los restaurantes para ofrecer gratis los baños o la recarga de los teléfonos celulares, brindar un techo a los damnificados o una silla, comida, víveres, ropa y agua eran las únicas actividades en varios días.
Vimos un encuentro horizontal
de todas las clases sociales, el espectáculo del talento y la valentía de los
oficios. Los jóvenes (ahora muchas mujeres) que cansados del futuro y del mundo que se les
hereda, no encuentran su lugar en el mundo, fueron los primerísimos en actuar.
Como sociedad, no estamos acostumbrados a verlos en acción, dijeron. Con modos
alternativos la bicicleta, la patineta y la mochila en la espalda, el pico y la
pala, el botiquín y los víveres que tomaron de la alacena de su casa, dieron
una lección. De sentirse nadie pasaron a ser: brigadistas, enfermeros, obreros,
artistas para niños, líderes, clasificando
víveres, una cadena humana activa. Lo que surgió: el aprecio por la
vida, un voluntariado, el trabajo gratuito con un desinterés material, la responsabilidad social. Cuando quienes tienen
más dan a los que se quedaron sin nada,
una ola de ayuda a otros estados de la república, recordando que existen
comunidades pobres, se demuestra que la distribución de la riqueza es posible y
que hay acciones que se necesitan hacer ahora para cambiar el futuro.
Hacia el final del taller y para balancear lo que parecía una serie de cuentos de miedo o una novela de terror (recordemos que el miedo es un género literario y cinematográfico) se reflexionó sobre cómo ayudarse a uno mismo, qué necesita mi cuerpo, mi corazón, cuál es mi camino fuera de la tragedia.
Se pidió a los participantes que escribieran un mensaje
que nos dijera lo que necesitábamos escuchar a manera de galleta de la suerte.
Los revolvimos en una canasta, cada uno sacó un papelito y leyó su mensaje.
Algunas de las frases fueron:
“Se necesitaba que la tierra
temblara para despertarnos. Ahora nadie puede dormir”
“La belleza de una flor proviene de sus raíces, a arraigarnos a lo nuevo que está por venir” “La fuerza de tu corazón vencerá los obstáculos” o bien “oír nuestro corazón y relajarnos”, “decirle a nuestra familia cuanto los amamos cada día y a nuestros compañeros de trabajo”, “vuelve a lo básico, las cosas sencillas de la vida”, “las grandes sacudidas nos ayudan a derrumbar lo caduco y nos invitan a reconstruir a partir del conocimiento”
Muchos mensajes recomendaron
descansar y recuperarse, hacer lo que más nos guste, plantar semillas, escuchar
música, meditación, yoga, caminar, escribir una carta o un poema, o leer el
libro del Tao.
[i] Bourke, Joanna (2007). Fear: A Cultural History (en inglés). Counterpoint. p. 365. ISBN 978-1593761547.

