Jugando con la Realidad Intersubjetiva

Psic. Patricia González Duarte

Psic. Patricia González Duarte
Seminario de Sociopsicoanálisis A.C.

En la última década han proliferado postulados encaminados a admitir que la subjetividad del analista no queda fuera del espacio analítico y por consecuencia influye en la experiencia del paciente.

En este trabajo describo subjetividades en interacción que surgieron en el espacio terapéutico en forma de juegos, las que se fueron desarro-llando y enriqueciendo durante el proceso, para acuciosamente construir un espacio transicional. (Winnicott 1971).
Un espacio “entre dos” que permitió recrear, reconstruir y compren-der fenómenos relacionados con  los vínculos emocionales primarios de una niña de 3 años 2 meses.

La subjetividad de acuerdo con Bollas (1992) representa “a todas las experiencias que el Yo ha tenido a lo largo de la vida”  sean conscientes e inconscientes y que contribuyen a una construcción del aparato psí-quico.

Observar y calificar filmaciones de la interacción  madre- bebé en el hogar, con base a las escalas sobre Sensibilidad- Insensibilidad y Cooperación- Interferencia desarrolladas por M. Ainsworth  (1970), fue una experiencia que provocó un impacto sobre mi y repercutió en mi práctica profesional sobre mis emociones y vivencias; e hicieron que mi trabajo terapéutico, en el caso que presento, se guiara  principalmente por ejercitar una presencia abierta, disponible para reconocer y admitir necesidades emocionales de una niña y responder a ella con procesos de cooperación.

Mariana, a quien llamaré así, sufrió una modificación violenta de los vínculos establecidos con sus padres; -su separación - que dio lugar a reordenamientos internos que provocaron perturbaciones intersubjetivas, un estado de desvalidez con formas de respuestas regresivas abierta-mente manifiestas en sus conductas, como rasguñar, morder y tartamu-dear en la escuela y en su casa presentó trastornos del sueño, irritabili-dad y enuresis nocturna; motivos que fueron  determinantes para ser atendida y que llevaron a la madre a buscar ayuda terapéutica.
La madre la preparó diciéndole que iría a jugar conmigo y frente a mí le informó que me conocía  y que ella estaría afuera del consultorio espe-rándola, como así fue. Lo que creo que estableció la transición, logrando disminuir el temor que la niña hubiera podido  sentir ante lo desconocido de la experiencia terapéutica. La madre me dejó ver la posibilidad de que con anterioridad hubiera fungido como una “base segura” (Bowlby J.1988). Desde entonces Mariana podía separarse de ella, entrar al con-sultorio y centrar su atención en explorar y jugar.

Al principio su conducta fue comprendida por mí, como un proceso de protesta y desesperación (Bowlby J.1983) ante la pérdida del padre, del abuelo y del entorno en que vivía, ya que la familia de origen se de-sintegró y ésta es precisamente  el contexto donde se dan las relaciones primarias, el principio de las relaciones sociales y lo que favorece  la construcción de su Sí Mismo o futura identidad.

En el espacio del consultorio pude apreciar su subjetividad a partir de las experiencias donde: leía  cuentos, desarrollaba juegos creativos y manifestaba su fantasía, y desde luego sus recursos intelectuales. Fue notoria una rápida adaptación al espacio y  una no adversa relación conmigo. Nos entendíamos entrando y saliendo de universos objetivos a subjetivos y tratos sociales.

Al principio me ignoraba, entendí que era una disposición defensiva ante el distanciamiento de sus padres y a la vez, que ella no aceptaba intromisión. Su juego mostraba desorganización: aventaba, tiraba y re-volvía los  objetos pequeños que ponía a su alcance. Posteriormente el juego fue evolucionando, haciéndose complejo y organizado conforme estimo, iba alcanzando su integración.

El juego para los niños, es un fin en sí mismo; hay disfrute y placer. El juego de Mariana representaba algo más serio y tenía que ver con su incipiente vida psíquica, a mí parecer se daba a entender; mostrando sin lenguaje verbal, cómo se sentía, cuáles habían sido sus experiencias interiores y quién era. Fue un proceso donde iba recreando y asimilando, durante las sesiones, cada una de las experiencias que había vivido con ambos padres, aunque de manera determinante con su madre. (Winni-cott 1971).

Con el tiempo pasó a juegos de cooperación: juegos de mesa, de ensamble, de ensartar y construir. Ella los elegía, a mi me  recordaba las reglas que establecía en los mismos, o bien organizaba un diseño para construir juntas. Observé que ella podía esperar su turno y aceptaba, ganar o perder y valoraba los diseños que ambas construíamos.

Aproximadamente, tres meses después, inició una etapa de true-ques al llevarse juegos para  realizar en casa con su mamá y a cambio me dejaba pequeños objetos personales o juguetes para compartir en juegos dentro del consultorio y que podía utilizar con otros niños. Estas iniciativas de colaboración pensando en otros, me permitieron entender su forma de internalizar, una estructura de diálogo que fomentaba la re-gulación óptima de su ansiedad y la exploración flexible de los mundos mentales propios y del otro.

En sus juegos hizo pocas referencias de su padre, todos los objetos que le parecían masculinos; animales o representaciones humanas, los ponía debajo de un sillón y  pedía no incluirlos en nuestro espacio, ni en el juego.

Hubo también una etapa, entre el sexto y noveno mes de tratamien-to, en que se interesó por la lectura; donde propuso cuentos de prince-sas, llegando a escenificar una cuna, donde se acostaba mientras se chupaba el dedo y con la otra mano, mantenía contacto físico conmigo mientras yo leía el cuento; con frecuencia pedía que le repitiera los pasa-jes relacionados con diálogos entre padres e hijas en donde ellas se re-belan y desobedecen. (Betelheim B.1986)

Supuse que tanto el padre como el abuelo tuvieron un papel desta-cado en su configuración de pertenencia a una familia y a un grupo so-cial. Estoy cierta que el padre representa el mundo del pensamiento, de la ley y de la disciplina, su principal influencia es social y cognitiva (Fromm 1997), por lo tanto en nuestro espacio los juguetes que en la imaginación los representaban podrían “esperar fuera del escenario”, que naturalmente estaba orientado a la expresión de sentimientos con la acción, aunque con ya excluirlos me lo estaba comunicando.

Cuando estábamos en el décimo mes de trabajo terapéutico, jugá-bamos también a ser como perros, cachorro y madre, ella fingía ladrar y se acercaba a tomar leche de su mamá, para después dormir. Otro juego escenificado fue el de la madre ciega y la hija inválida, ahí me propuso intercambiar papeles para cuidar una de la otra en actividades cotidia-nas.

Con estas interacciones de juegos y fantasías me fue mostrando que también extrañaba a su madre, a la que “había perdido” por no estar disponible para mantener la proximidad necesaria para sentirse segura, protegida, consolada y apoyada, ante el nuevo entorno familiar extraño y por no poder intercambiar señales afectivas, ya que la madre emocio-nalmente estuvo presentando severos síntomas de ansiedad y ensimis-mamiento, lo que hizo que en esos momentos sólo pudiera funcionar como una madre responsable al cuidado instrumental de su hija.

Durante sus juegos poco a poco pasó de ignorarme, a demandar y buscar respuestas  de posturas corporales, contacto físico, con cambios en el tono de voz y en el contacto visual, lo que  resultaban ser la garan-tía de su aceptación y confianza, que fue  mutua; es decir, ingresábamos a un mundo compartido de significación de Uno con el Otro.

De esta forma, el valor del lenguaje no verbal, en este camino de ida y vuelta, de manera implícita y explícita, adquirió una relevancia aún ma-yor que todo lo que se  pudiera haber dicho verbalmente. Esta acción, en un sentido tradicional constituía, a mi modo de ver, el equivalente a una interpretación- comprensión, tal y como sucede en la terapia con los adultos.

Nada en esta relación estuvo predeterminado, el proceso fue un continuo diálogo transformador emergente a través del juego y sus con-tenidos, la huella emocional de lo experimentado y  aprendido en la rela-ción con su mamá apenas “ayer”, y que se activaba simultáneamente cada vez que proponía una actividad; con su cuerpo, con su lenguaje y con su corta historia social; Mariana recuperaba y reconstruía la expe-riencia con su mamá, basada en la confianza y la cooperación, (Stern. D.1991) y esto fue lo que hacía y solicitaba sin palabras en cada sesión.

Cuando estábamos cerca de cumplir un año y la relación se había tornado muy cercana, de confianza, de alegría y daba muestras de que le gustaba venir y muestras físicas de afecto como, correr hacia mi, abrazar y besar o cuando buscaba la manera de quedarse más tiempo sin lograrlo, la madre físicamente se alejaba más del espacio del consul-torio. Contrastando esta actitud, con la de cooperación determinante que mostró al inicio del proceso terapéutico; pasó de permanecer en la sala de espera al otro lado de la puerta, a quedarse fuera del edificio o se iba y regresaba por ella al final de la hora.

Hubo una ocasión en que me la entregó en brazos porque estaba dormida, opté por hacer una transición, es decir prepararla para el cam-bio de brazos, del dormir al despertar y de ubicarla en el lugar presente, Mariana se chupaba un dedo, abría los ojos entre sueños y se acurruca-ba, así permanecimos toda la hora mientras le cantaba canciones de cu-na y le acariciaba la cabeza.

Para ese entonces la madre había encontrado un trabajo, había su-perado parte de su ansiedad e iniciaba  arreglos con el padre de Mariana para que ellos se reencontraran periódicamente; y al parecer estaba sa-tisfecha de que los síntomas  por los cuales había venido la niña habían desaparecido.

Así estaba la relación, cuando sin saber que sería la última vez  en que estaríamos juntas  me contó un sueño, advirtiéndome que era como una película dentro de sus ojos y que había visto mientras dormía: “esta-ba yo una vez en un barco con mi mamá, entonces se asomó un delfín y me dijo -ven a nadar conmigo, le contesté-no puedo respirar, tengo que ponerme mis cosas  de buzos  para acompañarte a pasear por tu casa, el delfín me contestó -serás feliz, jugaremos, jugaremos a las cartas, a las cartas de algas y construiremos cosas en el fondo del mar, luego le dije  ya me tengo que ir- y mientras mi mamá estaba buscándome, en-tonces  me aventó del agua y salté para el barco, me traje un caracol del mar. Fue mi mascota, nunca se va a morir  hasta que yo esté vieja y esté muerta”.

Retrospectivamente pienso que el final de la relación me fue anun-ciado, pero también que realizó una especie de resumen de lo que fue nuestra experiencia dentro de la relación terapéutica (Santa Maria 2002); Yo la enviaba de regreso con su mamá, había podido bajar a las profun-didades del mar materno y del mar intra-psíquico, pero también se lleva-ba algo del mar-madre, terapeuta.

La voz de su mamá diciéndole, al inicio de la terapia, que venía a ju-gar y el espacio terapéutico ofrecido, se conjugaron como un ambiente facilitador para una libre expresión. (Winnicott 1994).Considero que su proyección de sentimientos o transferencia fue indudable. La niña no me transfirió su pasado sino que estableció una nueva construcción de su realidad, integrándose primordialmente y separándose a la vez de mí. La forma en que se dio el proceso, me hizo pensar que Mariana en las pri-meras etapas de su vida, tuvo un cuidado infantil confortable.

El trabajo con ella me permitió constatar que sus experiencias pasa-das con la madre habían sido incorporadas en el desarrollo de su identi-dad y en sus procesos mentales, experiencia que ayudó en el lapso de un año de atenderla, jugar, responder y cooperar con sus demandas, una vez  cada semana.

La niña hizo ajustes para reaprender y elaborar el vínculo con su mamá, mediante el establecimiento de una conexión íntima, matizada por diálogos simbólicos al jugar y provocar respuestas en mí de cooperación e intercambio de señales afectivas.

El juego de nuestras  intersubjetividades, surgió a partir de un proce-so de regulación recíproca, de la configuración de nuestra relación, de la mutualidad entre ambas y de las muy particulares escenificaciones que realizábamos jugando. Todo lo que constituía un espacio de interacción entre ella y yo, al mismo tiempo que reflejaban nuestras experiencias de vida.

Reflexionando sobre esta experiencia, me di cuenta que todo el tiempo estuve centrada en el aquí y ahora de la acción de jugar, permi-tiéndome aceptar solo lo que estaba viviendo y sintiendo sin pensar en las “interpretaciones verbales” que pudieran hacerse de dicha experien-cia simbólica.

El trabajo con Mariana me llevó a explorar de manera importante con conocimiento y con  responsabilidad otras tendencias, como el uso de la Acción Interpretativa propuesta por Ogden T. (1994), donde la comuni-cación va más allá de las palabras.

Además, de que el proceso terapéutico con ella fue placentero, revi-talizante y de mucho aprendizaje, la diferencia de edades favoreció la empatía y a veces la fascinación, creo haber respondido a su necesidad emocional, de ser mirada, atendida y valorada en todo su potencial, en un periodo en que su mamá no lo pudo hacer por encontrarse muy abrumada.

Por último quiero resaltar que esta experiencia no habría sido posi-ble si no me hubiera acompañado “la sombra del objeto- madre”, es de-cir, lo que no pensaba que sabía de las huellas dejadas en mi experien-cia, al ser moldeada al ver las  Observaciones en Casa video grabadas, donde quedan huellas de las interacciones de las madres con sus be-bes, acompañadas por las discusiones que en grupo realizamos con mis colegas en el Seminario de investigación del Apego del SEMSOAC,  confrontándonos con definir el grado de  la sensibilidad y la cooperación en las relaciones madre - bebe y proyectándolas como necesidades bá-sicas en la relación con los demás.

Referencias Bibliográficas

Ainsworth M. Manual for Scoring Maternal Sensitivity. Unpublished Manuscript. Johns Hopkins University 1970
Bettelheim B. Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas. Editorial Grijal-bo. Barcelona 1986.
Bollas C. (1992) Ser un Personaje. Psicoanálisis y Experiencia del Si- Mismo. Editorial Amorrortú .Buenos Aires 1994.
Bowlby J. Una Base Segura. Aplicaciones Clínicas de una Teoría del Apego. Editorial Paidós Buenos Aires.1988.
Bowlby J. La Pérdida Afectiva. Tristeza y Depresión. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1983.
Fromm E. El Arte de Amar. Editorial Paidós Studio. México. 1997.
Ogden T. The Concept of Interpretative Action. The Psychoanalytic Quarterly. Vol. 63.1994
Santa M. O.  El Soñar y el Jugar. Simbolismo del Mundo Interno del  Niño. En Vives R .J y  Lartigue B. T. La interpretación de los sueños. Un siglo después. Editorial Plaza y Valdez. México 2002
Stern D. El mundo Interpersonal del Infante. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1991
Winnicott D. W (1971). Realidad y Juego. Editorial Gedisa. Barcelona 1990
Winnicott D. W  Los Procesos de Maduración y el Ambiente Facilita-dor. Estudios para una Teoría del Desarrollo Emocional. Editorial Pai-dós. Barcelona 1994.

por Dr. Mauricio Cortina y Psic. Guadalupe Sánchez Enríquez 13 de febrero de 2025
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por Guadalupe Sánchez 16 de febrero de 2021
¿Por qué lastimamos al personal de salud? Guadalupe Sánchez Semsoac. Julio 2020 La emergencia causada por la enfermedad Covid-19 es un período atípico que altera el estado emocional produciendo angustia por el miedo a morir que reprimimos en la vida cotidiana. Vivimos un malestar social, una condición de trauma social porque no podemos darle un lugar en nuestra propia mente. Se incorpora la experiencia en fragmentos que, inconscientemente se rechazan y que suelen ser dirigidos hacia el exterior, hacia quienes encarnan más vulnerabilidad como el personal de salud. Queremos comprender por qué en México se dan ataques al personal médico y de enfermería a pesar de los llamados a no discriminar, en contraste con otros países en donde se les aclamó espontáneamente como héroes. El psicoanálisis ofrece algunas aproximaciones. La agresión en contra del personal de salud, es una reacción exacerbada de ansiedad insertada en una paradoja para algunos irresoluble: atacar a quien nos puede salvar. Se trata de un estado interno de desorganización mental que carece de la habilidad para discernir cuál es la fuente de peligro o cuál de salvación, porque en estos contextos ambas pueden ser encarnadas en la misma persona como ocurre con las figuras cuidadoras de los infantes que son al mismo tiempo figuras amenazantes. Este paso al acto es un ataque concreto impulsivo e irracional, desesperado por auto preservarse y que trata de eliminar al que cree es agente del mal, percibido como el objeto malo, de odio, culpable de su sufrimiento, disociando lo bueno de lo malo y sin la posibilidad de integrar esos aspectos. El fenómeno va mucho más allá de una discriminación consciente y es más complejo por las motivaciones inconscientes derivadas por una historia socioafectiva previa y un carácter determinado por la situación social económica y cultural en que se creció. En México traemos una historia social de mucha violencia, además una historia de muchos años atrás de maltrato por parte del personal de salud a las y los derechohabientes debido a la falta de recursos en el sistema público de salud. La pandemia re-traumatiza, ¿podrán cuidar de mí para no morir? Observamos respuestas narcisistas de dos tipos. Por un lado, una respuesta narcisista benigna y adaptativa a las distintas etapas de la pandemia, que, aunque niega temporalmente lo que está pasando: “a mí no me va a pasar”, “yo no me voy a morir” que reta inicialmente, pero que evoluciona y enfrenta eventualmente las señales de la realidad. La segunda es una respuesta narcisista de tipo maligna no adaptativa, que es delirante, persecutoria, y que, según Freud, yace en los mecanismos más inconscientes y primitivos de todos los seres humanos que implica omnipotencia del pensamiento, con vivencias de daño, castigo y violencia que destruye. Consideramos que las personas con una historia biofi lica y amorosa serán solidarios, cuidadosos de los demás y podrán tolerar con mayor fuerza esta adversidad. En cambio, cuando vemos estas respuestas violentas encontramos que la desesperanza es alta. Cuando hay desesperanza para poder cambiar la realidad, se es más propenso a lastimar a nuestros seres significativos. Esta aproximación nos permite concientizar que en situaciones extremas nadie está exento de sentir desesperación frustración e impotencia y pasar inconscientemente a la agresión. También es una invitación a que es posible conscientemente tomar acciones balanceadas para “aplanar la curva de la discriminación”. Psicoanalista del Seminario de Sociopsicoanálisis A.C. Agradezco a mis colegas: Dr. Juan José Bustamante, Dra. Patricia González y Dra. Angelica Rodarte su colaboración para esta reflexión. lupssan@hotmail.com
por Patricia González y Guadalupe Sánchez 16 de febrero de 2021
Las guardianas de la salud Tiempos de covid19 en México Patricia González Duarte y Guadalupe Sánchez Seminario de Sociopsicoanálisis AC (Semsoac) Miembros Fundadoras. Julio 2020 Vivir bajo una condición de emergencia sanitaria, una contingencia que nos confronta todos los días con la muerte, se vuelve una condición de trauma para los ciudadanos y para el personal de salud en especial. Las enfermeras, los enfermeros, así como el maestro y las maestras que gozaron en el pasado de una posición de respeto en la sociedad, se fue perdiendo con la modernidad, incluso se infravaloró. ¿Cómo y cuándo se perdió el vínculo con las enfermeras? En medio de esta infravaloración llegaron a la actual crisis sanitaria. Un mes después de que comenzó la pandemia, en Abril 2020, se supo por los medios de comunicación de agresiones al personal de salud, muestras nada solidarias; se les agredió física, social y psicológicamente, se les discriminó, amenaza y hostigó. Los daños iban desde un improperio hasta arrojarles bebidas calientes o cloro, o bien golpearles en un caso, en cuya defensa la enfermera se fracturó dos dedos. Se amenazó en una ocasión con prender fuego a un hospital si se reconvertía a Covid o se les negó la entrada a lugares públicos como supermercados, al transporte público e incluso que entraran a su domicilio. Los agresores fueron hombres o mujeres desconocidos, extraños en la calle, familiares de pacientes hospitalizados o bien de entre el mismo personal de salud e conflicto por tanto estrés laboral. Se trata de un fenómeno que sorprendió al mundo. Proviene de la ignorancia dicen los comentaristas y de los fuertes prejuicios por discriminación. En realidad psicológicamente proviene de un psiquismo con un complejo funcionamiento narcisista que demuestra graves errores de juicio y falta de objetividad, por el miedo extremo a l a enfermedad y a la muerte imposible de regular. La falta de control de impulsividad les lleva a cruzar los límites de lo socialmente aceptado y permitido. La angustia extrema inculpa a las enfermeras de diseminar el virus “a mí no me va a contagiar” antes los lastimo, lo cual causa socialmente indignación. Las guardianes de la salud fueron así estigmatizadas y violentadas. Al mismo tiempo en contraste, han surgido por parte tanto del gobierno, como de empresas privadas, así como de la ciudadanía estrategias para combatir la estigmatización, y frenar la agresión, sensibilizando sobre su difícil situación, valorando su labor, proponiendo en redes sociales y en los medios de comunicación, reconocimiento, a través de aplausos, serenatas y menciones, se pide agradecimiento (en algunas colonias como la de Valle se les celebra como en España) solidaridad y protección, poniendo a su disposición transporte y hospedaje en cuartos de hoteles o en Los Pinos así como alimentación. En México nos tocó la pandemia 2020 en un año de transición de un nuevo gobierno democrático elegido en junio de 2018 y que tomó posesión en diciembre de 2019, en la cual, el personal de salud cobre un papel el más relevante. Atiende a los enfermos de Covid-19 presentando, desde nuestro punto de vista, un sufrimiento emocional incalculable. Además del alto estrés laboral exigidos por la emergencia más allá de sus fuerzas para realizar sus propias tareas dentro del hospital, el dolor de verse contagiados o sus compañeros o el duelo que se pospone cuando colegas mueren por contagio, el agobio de extremar precauciones y la necesidad de estar hiper atentos para realizar adecuadamente los procedimientos de protección y prevención contra el contagio. Descuidarse es un peligro latente para a su vez ,no contagiar a su familia con la que viven. Es importante señalar que cuando se agrede a un solo integrante de la salud o muere por contagio, el dolor termina siendo para todo el gremio. El personal de salud ha reaccionado a través de su jefa solicitando en las conferencias de salud y hasta con lágrimas respeto, que les permitan trabajar con tranquilidad, hacer lo que saben hacer. La tristeza y el coraje que sienten tienen que ser reprimidos manifestándose en molestias físicas y síntomas psicopatológicos ya que no pueden responder con violencia ni expresar sus emociones, se saben indispensables y cruciales en este momento en el desempeño de sus funciones a favor de la vida. Históricamente el personal de enfermería, ha luchado desde el siglo pasado para que se les considere como profesional calificado para dar cuidados de calidad. Tienen arriba de ellas una jerarquía médica de carácter autoritario predominantemente, aunque sean licenciadas en enfermería, algunas con estudios de postgrado. Son responsables de los enfermos y su privacidad, el contacto con la familia, el principal enlace entre esta familia y el paciente. En muchas ocasiones guían y son el soporte y respaldo de médicos internos, residentes y personal de base, no son meras ayudantes dependientes de ellos para realizar sus procedimientos, suelen ser proactivas y tener iniciativas y recibir la alta demanda emocional de los familiares. En general, son sensibles y desarrollan mecanismos de defensa ante el dolor físico y emocional, reducen y o tratan de evitar el sufrimiento humano, ayudan a prolongar la vida, controlan riesgos, también su objetivo es curar enfermedades, así como rehabilitar, recuperar y promover la salud. Suelen ser receptivas y sensibles ante la ansiedad, depresión e incertidumbre y mucho más ahora con el paciente Covid 19 hospitalizado, grave e intubado. Como la investigación ha revelado, las cuidadoras (mayoritariamente mujeres) de personas enfermas, con discapacidad o vejez, están expuestas a lo imprevisto, a la muerte y por supuesto al burnout o desgaste profesional y es natural e inevitable que vayan desarrollando mecanismos de defensa que les lleva a reaccionar muchas veces con distancia, frialdad o indiferencia. Cada vez que una persona muere, el personal de enfermería se enfrenta de manera inconsciente con su propia muerte y vulnerabilidad, sus emociones oscilan entre su servicio ´el deber de la vida y la conciencia de morir´. Su rol es parecido al de una madre. Pero permitámonos conocer según nuestra experiencia tratando en psicoterapia a enfermeras y médicas, cómo es un día hábil en la presente emergencia y así comprender la mística y vocación de estas profesionales de la salud, su parte humana. Durante el día laboral en sus ocho horas de trabajo-que se convierten en más horas dado que se ayudan entre sí- no comen, no duermen, no toman agua y no van al baño y no lo hacen porque tienen que vestirse, con tres o cuatro capas de ropa esterilizada con la que se están protegiendo y prefieren no moverse, ni quitarse los gogles, caretas o guantes, ya que tardarían mucho más de lo que se tardan habitualmente. No quieren desperdiciar material que tiene que irse a la basura especial o volver a ser después esterilizado. Tampoco se sientan porque las condiciones de atención a un enfermo pueden cambiar súbitamente. Se quejan de problemas varios, como de várices, o inflamación cuando diariamente tienen que estar haciendo otros procedimientos, dentro del hospital, de preparar cadáveres para que se los lleven, ayudar a la identificación, etc. Además, enfrentan pacientes que se ponen nerviosos porque no ellos dicen no saber si hablan con un hombre o una mujer, no se ve la cara ni las expresiones faciales, razón por la cual decidieron portar un gafete con fotografía y su nombre. Lo que más les preocupa y da miedo es la intubación endotraqueal, porque se abren las vías respiratorias y se exponen directamente frente al virus. Comentan que también platican con sus pacientes sobre su vida, sus preocupaciones y ofrecen contención de manera intuitiva a las emociones derivadas del aislamiento y de la separación brusca de su familia, por si fuera poco, y con las energías que les quedan sirven de enlace entre pacientes y familia a través del celular. Todo lo anterior les trae consecuencias que es necesario conocer para brindarles el reconocimiento que merecen por este sacrificio único y especial que les toca inevitablemente. Las mascarillas ejercen presión sobre el cuello, les jala hacia delante y las encorva, la presión sobre los músculos de la cara les deja marca y a algunas pieles les hace heridas, los lentes además de empañarse lesionan la piel, las batas protectoras los mantiene permanentemente húmedos por el calor del cuerpo y el sudor, los dedos de tan húmedos que quedan se les forman pequeñas heridas. También con los hombres está sucediendo esto. Como consecuencia de lo anterior, algunos miembros del equipo de salud desarrollan dermatosis, se deshidratan, están presentando problemas renales, es decir la están pasando muy mal lo que tiene incluso consecuencias psicológicas, experimentan signos de depresión, ideas de muerte, agotamiento, desesperación, ataques de pánico y requieren contención y apoyo psicoterapéutico. Como profesionales de la salud mental recomendamos la necesidad de darles apoyo y contención emocional por el estrés laboral y toda la carga psicológica que cotidianamente enfrentan durante esta situación de crisis, para evitar que pierdan la confianza, la seguridad y la esperanza. El tema requiere realizar la investigación conducente para comprender y prevenir fenómenos sociales como este.
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